Gustavo Marin, Paris, April 2006
No estamos condenados a vivir bajo la tutela de una sociedad patriarcal. Contribución a la reflexión sobre la gobernanza del siglo XXI a partir de las enseñanzas que ha dejado la elección de Michelle Bachelet para la presidencia de Chile. Texto de Gustavo Marin
La gobernanza es legítima cuando expresa una ética de la dignidad, de la tolerancia, de la igualdad entre hombres y mujeres y de respeto de la memoria.
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La elección de Michelle Bachelet como presidenta de Chile el 15 de enero de 2006 constituye un hecho de alcance histórico que va más allá de los elementos políticos e institucionales. En realidad, hubo elementos de índole ética y antropológica que resultaron fundamentales para su elección, lo cual demuestra hasta qué punto es indispensable tomarlos en cuenta cuando se trata de entender mejor las lógicas subyacentes a los sistemas de gobernanza.
Millones de chilenas y chilenos saben que Michelle Bachelet es madre de tres hijos que tienen dos padres diferentes, de los cuales ella se ha separado (el divorcio ha sido recientemente aprobado en Chile) y que ella es agnóstica en un país donde la mayoría se declara oficialmente católica. Esa misma mayoría sabe que el padre de la presidenta electa, el General de la Fuerza Aérea Alberto Bachelet, durante el gobierno de Salvador Allende fue encargado de colaborar con la distribución de productos básicos en los barrios pobres, para contrarrestar el boycot y el “mercado negro” que habían instaurado los empresarios y los camioneros. Las chilenas y los chilenos saben asimismo que el General Alberto Bachelet murió en 1974, algunos meses después del golpe de Estado, a causa de la tortura. Michelle y su madre también fueron encarceladas y torturadas y luego tuvieron que exilarse.
Treinta y dos años más tarde, la mayoría de los chilenos y chilenas la han elegido presidenta de Chile. Es la primera mujer presidenta de un país considerado como uno de los más machistas de América Latina.
Su elección confirma que la memoria es esencial para reconstruir la dignidad de los pueblos. Michelle Bachelet lo recordó en su primer discurso oficial, el 11 de marzo de 2006. Antes de morir, el 11 de septiembre de 1973, el presidente Allende pronunció esta frase profética: “Llegará el momento en que se abran las grandes alamedas por las que camine el hombre libre”. Apenas tres décadas más tarde, Michelle Bachelet termina así su primer discurso de presidenta electa, llamando a celebrar ese día histórico “para que hombres y mujeres tengamos abiertas las grandes alamedas”.
Claro está que la situación económica y política de Chile no cambiará de un día para otro.
El país ha sido mostrado como ejemplo del éxito de las políticas neoliberales en América Latina, con un crecimiento del 6% en los últimos años. Pero los chilenos también son conscientes de las profundas desigualdades que siguen existiendo, con el 20% de los 15,8 millones de habitantes viviendo en condiciones de pobreza extrema, situándolo en segundo lugar en cuanto a la amplitud de diferencias entre ricos y pobres en América Latina.
Por otra parte, Michelle Bachelet fue elegida con el 53,5% de los votos, lo cual es más que claro, como lo es también el 46,5% restante del candidato perdedor, representante de una derecha que quiere mostrarse moderna pero que se alió electoral y políticamente con otro partido de una derecha ferozmente conservadora, autoritaria y que constituyó el apoyo civil al régimen de Pinochet.
Pero el triunfo de Michelle Bachelet es algo más que una victoria electoral, política. Entre sus electores hubo un poco más de hombres que de mujeres. Su gobierno está constituido en partes iguales por hombres y por mujeres. Respeta así escrupulosamente la paridad. Ahora, en las diversas manifestaciones que se realizan, las mujeres se ponen la banda presidencial, transformando ese símbolo en un objeto de vestimenta popular.
En el fondo, esta elección constituye ante todo un símbolo ético y un hecho antropológico. Muestra que los ciudadanos del siglo XXI no están condenados a vivir bajo la tutela de una sociedad patriarcal.