Francisco De Roux, Magdalena Medio, Colombia, March 2006
Las profecias autocumplidas al interior del conflicto armado de Colombia
Aunque se insista en hablar de “postconflicto”, todos los actos de desmovilización y reinserción se realizan al interior de un proceso complicado que condiciona a la misma desmovilización y la somete a otra agenda, la agenda del conflicto armado todavía no resuelto
Se lanza una opinión sobre lo que va a pasar en el futuro, y se la repite en todos los escenarios donde el pueblo comparte su manera de sentir, hasta que todo el mundo se convence que eso va a pasar…y pasa. Es la profecía auto cumplida. En el dolor y la incredulidad de los pobladores del Magdalena Medio la profecía se formula así:
“ todo quedará igual, solo que será legal”.
Quedarán iguales el poder y la capacidad mortal de coerción económica, social y política de los paramilitares, lo único distinto es que los paramilitares serán legales. La profecía formulada así lleva al derrotismo. No hay nada que hacer. “Ellos” son los dueños y el Estado los apoya.
Para hacer cumplir esta profecía, está en acción la determinación de los desmovilizados, autodefensas reales unos, metidos a última hora otros, que pidiendo perdón rara vez y porque toca, se presentan hoy con protagonismo, dominio, y osadía, para reclamar todas las garantías. Este confuso sentimiento de tener la razón, de que el fin justifica los medios y los horrores, de que todas sus acciones se merecen el respeto de Colombia, es algo que los jefes inculcaron a los muchachos que mandaban a combates, extorsiones, asesinatos y masacres.
Para dar razón a quienes piensan que nada ha cambiando no faltan los ejemplos: Las casas que los paramilitares quitaron a vecinos de las comunas populares de Barrancabermeja y que hoy utilizan como prostíbulos de adolescentes y sitios de albergues intocables. Allí siguen. O el impuesto de mil pesos al bulto de cemento, mil quinientos a la canasta de cerveza, y trescientos al galón de gasolina que en febrero seguían cobrando en Santa Rosa. O las cooperativas de seguridad que iniciaron antes de desmovilizarse y ahora legalizan. O la presencia paramilitar en las campañas políticas en Puerto Berrío. Más grave aún y más de fondo, la constatación por diversos hechos de que el aparato organizativo de las autodefensas está intacto.
A pesar de todo, nosotros ponemos una “profecía” distinta:
“Las organizaciones paramilitares desaparecerán, las cosas no serán iguales; si tenemos el coraje de exigirle al Estado lo que tiene que hacer y hacemos nosotros lo que nos toca”.
Esta también es una profecía auto cumplida. Pero una profecía que nos compromete a nosotros, los ciudadanos y ciudadanas, y cuyo cumplimiento está condicionado a nuestro actuar. Antes, no podía hacerse esta profecía, porque el Estado - enredado en la contradicción, la complicidad y la ambigüedad - no se había comprometido ante la opinión pública nacional e internacional a acabar con el paramiltarismo, y a hacerlo como se propone el Gobierno, con la justicia colombiana, sin necesidad de extraditar a los jefes paramilitares narcotraficantes desmovilizados, en un compromiso descomunal, que pone a Colombia a la mira de la justicia internacional por decenas de años futuros, y nos exige una seriedad sin restricciones. Antes, esta perspectiva no era posible, porque los paramilitares no habían significado con palabras y espectáculos que ellos dejaban de existir. Pero su implementación exige cambios audaces y profundos en el Estado y en la sociedad.
Hay otra profecía auto cumplida:
“Con la ida de los paramilitares, volverá la guerrilla”.
Este vaticinio lo promueven en el Magdalena Medio los grupos que no quieren que desaparezca la organización del Bloque Central Bolívar, ni la organización de los Prada, ni la organización de Jorge Cuarenta. Tiene base en hechos duros. La insurgencia - actuando de manera incomprensible, en un momento en que podría mostrar una visión política que permitiera a los pobladores creer en el ELN y en las FARC cuando reclaman que están por la paz - ha empezado a lanzar acciones expansivas en el sur de Bolívar y en estribaciones de las cordilleras Santandereanas para ocupar terrenos que tenía el paramilitarismo. Los secuestros y la extorsión a los campesinos están creciendo. Esta profecía se inspira en la ideología de quienes siguen pensando que el paramilitarismo es necesario para la seguridad mientras haya guerrilla. Y lo duro y lo difícil y lo complejo es que aunque se insista en hablar de “postconflicto”, todos los actos de desmovilización y reinserción, querámoslo o no, se realizan al interior de un proceso complicado que condiciona a la misma desmovilización y la somete a otra agenda, la agenda del conflicto armado todavía no resuelto.
A quienes dicen que ha llegado la inseguridad porque ya no hay paramilitares hay que repetirles que el paramilitarismo nunca fue seguridad en Colombia. Las autodefensas ocuparon ilegal y violentamente el espacio del Estado. Penetraron al ejército, a la policía, al DAS, a la fiscalía, a la economía, a la política y a los gobiernos municipales y departamentales. Y en regiones de la Costa Atlántica, los Llanos, Antioquia y el Magdalena Alto y Medio, vulneraron y destruyeron el concepto de Estado como fuente de seguridad, y propiciaron la desconfianza generalizada de los pobladores en las instituciones.
Por eso, a esta profecía nosotros oponemos otra:
“la desaparición del paramilitarismo es el comienzo de la desaparición del sometimiento del pueblo y de las instituciones regionales a poderes armados ilegales, y un paso hacia la soberanía ciudadana, la seguridad verdadera y la construcción de la nación”.
Pero el cumplimiento de este vaticinio igualmente depende de nosotros.
En medio de la superficialidad de la campaña política, tenemos la dura responsabilidad de hacer sentir ante los desmovilizados, ante los que quieren hacer ejércitos privados, ante los guerrilleros, ante los que piensan desde el Estado o desde las empresas que el problema se arregla con un triunfo militar sobre la guerrilla que se empeña en demostrar lo contrario, que
aquí hay un pueblo dispuesto a promover la legitimidad de su propia soberanía y de las instituciones, y a hacer valer con coraje cívico que no acepta más las imposiciones violentas con las armas, ni el secuestro, ni el desplazamiento ni las desapariciones.