Juan Carlos Martinez Aniorte, Guatemala, octobre 2009
Miradas a los espejos ¿Por qué la recuperación de la memoria histórica?
La memoria moral no es recordar el pasado sino reivindicar el sufrimiento oculto, denunciar toda construcción de presente que ignora la vigencia de una injusticia pasada (1). Para pasar una página, primero hay que haberla leído.
I. ¿Qué es la memoria histórica?
Algunas fuentes definen el proceso de recuperación de la memoria histórica como un movimiento socio–cultural nacido en el seno de la sociedad civil con el objetivo de divulgar de forma rigurosa la historia reciente – en especial, los crímenes y abusos cometidos por regímenes políticos determinados -, con objeto de hacer justicia en el sentido de reconocimiento y reparación, así como recuperar referentes de lucha por los derechos humanos, la libertad y la justicia social. (Pedreño, 2004: 10)
Autores como R. Chartier enfatizan que, como su denominación indica, la memoria histórica se construye a partir de la memoria y la historia. Mientras la primera está determinada por “las exigencias existenciales de las comunidades para las cuales la presencia del pasado en el presente es un elemento esencial de la construcción de su ser colectivo”, la historia se inscribe en el orden del saber universal aceptable, sujeto a procedimientos científicos (Chartier, citado en Taracena, 2005: 30).
En la misma línea lo aclaran otros autores: “Cuando los actos del recuerdo son al mismo tiempo actos de habla referidos a experiencias propias del hablante, hablamos de memorias individuales; cuando se refieren al pasado del grupo, las llamamos memorias sociales, y si estas últimas cumplen algunos requisitos las llamamos historia” (Rosa et al., 2000: 45).
Se puede afirmar, entonces, que la memoria histórica tiene inevitablemente una gran subjetividad, porque se recuerda desde el presente, a menudo con una carga de afectividad y valoración personal; mientras que la historia debe ser necesariamente objetiva, sometida a las leyes y al rigor científico. Es, por tanto la combinación de ambas (memoria e historia) la que le da su dimensión particular al proceso.
En general, la recuperación de la memoria histórica es un proceso integral que abarca toda la temporalidad humana, ya que el redescubrimiento del pasado (conocer qué pasó) tiene como sentido la proyección hacia el presente (reconocimiento, reparación, dignificación) y sentar mejores bases para el futuro, buscando profundizar en la sociedad un mayor respeto por los derechos humanos y la justicia social.
También es integral al reunir varias dimensiones: humana, social, legal y política, entre otras. Sin la dimensión social se hablaría únicamente de memorias individuales y déficits humanitarios; sin la dimensión legal se ignoraría la perspectiva de los derechos humanos y se estaría avalando la lógica de la impunidad (Guatemala tiene harta experiencia en ello); y sin la dimensión política no se comprendería nada, al quedar fuera los ‘porqués’ de fondo, es decir, todo lo concerniente con las relaciones de poder, los grandes intereses en juego, el papel desempeñado por las instituciones (en el pasado y en el presente), las pugnas ideológicas, etcétera. Todas ellas, en conjunto, permiten la construcción, a su vez, de una de las dimensiones fundamentales de los seres humanos: el conocimiento.
¿Para qué rescatar del olvido los hechos del pasado? ¿Para qué divulgarlos? ¿Se está dispuesto a explorar más del pasado reciente, asumiendo lo que implica, o se quiere vivir en medio del culto a las verdades a medias, en aras de un presunto futuro de ‘orden y progreso’?
Nos adentramos en un siglo XXI lleno de incertidumbres a futuro y aún plagado de duras herencias del pasado. ¿Llegarán a ser compatibles los olvidos premeditados, selectivos, con la ‘sociedad global del conocimiento y la información’? Sin duda, los procesos de recuperación de la memoria histórica se constituyen en uno de los principales baluartes para que las sociedades no olviden quiénes son y cómo han llegado a serlo.
II. Implicaciones de recuperar la memoria histórica / implicaciones de olvidar
¿Qué implica recordar para una sociedad? ¿Qué implica olvidar? ¿Qué se recuerda y qué se olvida? ¿Qué factores influyen en ello? El espacio del presente ensayo dificulta profundizar estas preguntas, pero sí permite plantear reflexiones para clarificar las líneas planteadas al respecto. El solo hecho de debatir estos temas equivale a adoptar posición frente al pasado (actitud básica para toda sociedad que se respete a sí misma), actitud que se da por acción o por omisión (evitar posicionarse y guardar silencio es posicionarse por omisión).
Un estudio de opinión realizado en Guatemala sobre exhumaciones, verdad, memoria histórica y justicia (ECAP, 2009) sintetiza de esta manera el debate:
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Los detractores y opositores a los procesos de recuperación de la memoria histórica mencionan aspectos relacionados con el tiempo transcurrido (“ya que caso tiene”), los efectos perniciosos de recordar (“remover odios y deseos de revancha”) y la inutilidad de hacerlo con vistas hacia el futuro (“olvidar el pasado, centrarse en el porvenir”).
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En contraste, los impulsores de dichas iniciativas mencionan la importancia del recuerdo como forma de establecer precedentes (“conocer para que la historia no se repita”), arrojar luz sobre la verdad de los hechos (“el derecho a saber”), dignificar y apoyar a los familiares de las víctimas (“derecho a saber donde están y a un entierro digno”) y como parte de la constante lucha contra la impunidad (“derecho a la reparación y a la justicia”).
Otros autores lo ponen en términos de “una agria disputa sobre la necesidad de conservar la memoria para construir el futuro o –todo lo contrario- que el futuro sólo es posible desde un olvido selectivo del pasado”. (Rosa, 2000: 19)
La recuperación de la memoria histórica es más que un mero debate: es una necesidad y un deber. Por ello, el presente ensayo busca ser objetivo pero no neutral. No entendemos que deba ser de otra manera: al igual que les ocurre a las personas amnésicas, una sociedad que olvida – total o parcialmente - se queda sin trayectoria; no sabe de dónde proviene ni hacia dónde va. El recuerdo forma parte de nuestra experiencia y orienta nuestro comportamiento; a las sociedades les ocurre lo mismo. Sin tales elementos, la conciencia colectiva pierde el rumbo, cae en la anomia.
Frente al olvido, la recuperación de la memoria propone a la sociedad un recuerdo consciente y sereno. Implica rescatar la memoria, organizarla, divulgarla. Aprender de ella (parte de la dimensión científico - cultural), no para estimular venganzas, reavivar viejos conflictos o crear otros nuevos, sino para saber y obrar acorde a nuestra condición de ciudadanos y ciudadanas libres, responsables, sujetos de derecho y respeto. Además, ¿quién tiene el derecho de decidir qué debemos recordar y qué no?
¿Debemos aceptar la idea que recuperar la memoria histórica - como proclaman los impulsores del olvido selectivo - supone avivar conflictos y reabrir heridas? No necesariamente y de hecho, no es así en la casi totalidad de los casos. Las personas que reclaman saber qué pasó con sus seres queridos asesinados por las dictaduras, defienden su derecho con la misma intensidad con la que evitan la venganza. Por el contrario, son los ejecutores y responsables (por lo general, con mucho que callar y más que perder) quienes mantienen vivo el odio, las actitudes y los discursos intolerantes. Es la intranquilidad de los victimarios que necesitan mirarse en su espejo deformado para reivindicarse a sí mismos. Son aquellos que desprecian el derecho de los demás a la memoria histórica, a la vez que se aferran a su “glorioso pasado”, a lo que consideran batallas ganadas y misiones cumplidas como seña de su propia identidad, sobre la cual construyen su presente y buscan cimentar su futuro.
Cuando determinada investigación o exhumación arroja luz sobre quién pudo haber asesinado impunemente a una persona, es humano que sus familiares y amigos no sientan simpatía por el personaje, grupo, institución o Estado responsable. Lo probable es que, acompañando al dolor y la frustración, exijan algo: demandas mínimas de reconocimiento (dejar claro qué pasó y por qué), reparación (asumir desde instancias gubernamentales la situación en que quedaron los familiares cercanos) y dignificación: reivindicar la memoria, limpiar el nombre, recuperar los restos y enterrar según la costumbre familiar, no según el modo elegido por los victimarios.
¿Puede un colectivo humano, que se guíe por principios éticos y morales, desechar estas demandas? ¿Cómo puede mirarse al espejo una sociedad que ignora los sufrimientos de miles de personas que se vieron obligadas a afrontar situaciones de violencia, persecución, humillación, olvido y negación de sus más elementales derechos a la justicia, al reconocimiento? ¿Qué autoestima desarrolla una sociedad así? ¿Qué calidad de futuro es capaz de construir?
El hecho es que cada individuo ve en el espejo la imagen que le refleja su particular combinación de conocimiento, conciencia y cinismo. Si el desconocimiento de nuestro pasado es más que notable - cuando no absoluto -, la conciencia, la imprescindible, y el cinismo, en torno al promedio, entonces la imagen que refleja el espejo dice muy poco de cada uno como ser social: autocomplacencia, desinterés, orgullosa ignorancia, ausencia de sentido crítico. Elementos humanos convertidos en piezas funcionales al sistema y poco más.
Pero no todos tienen igual grado de desconocimiento: no las personas más afectadas y menos aún aquellos directa o indirectamente involucrados: planificadores, ejecutores y el nutrido grupo de los que adoptaron silencios cómplices. Para estos, el mecanismo por el que resisten la mirada al espejo consiste en elaborar e interiorizar verdades a la medida. Cualquier iniciativa – no digamos evidencia - que mueva o cuestione esa imagen es percibida como una amenaza, que se traduce en un refuerzo de los posicionamientos, en añadir más hormigón al bunker.
¿Dónde quedan en tales construcciones los discursos sobre la reconciliación, el diálogo pacífico, el respeto al otro? A lo mejor el dilema sólo se resuelve si la sociedad pasa la página y mira exclusivamente hacia delante: borrón y cuenta nueva lo llaman.
III. El asunto de pasar página
Esta es, tal vez, la expresión más recurrente de los detractores de la recuperación de la memoria histórica. Pasemos de una vez las páginas oscuras de nuestro pasado; no nos quedemos rumiando siempre en los hechos luctuosos, traumáticos, sobre los cuales, en el fondo, todos tuvieron algo de culpa. No conduce a nada. Borrón y cuenta nueva: listos para escribir nuevas páginas sin el lastre del pasado.
Pero, ¿es posible pasar así una página de nuestra historia más o menos reciente? ¿Se puede proponer a una sociedad que ignore hechos fundamentales hasta el punto de olvidarlos? ¿Es eso posible? ¿Es adecuado? Nuestro planteamiento es que no es ninguna de las dos cosas.
En primer lugar, no es posible. Acontecimiento de la talla de las masacres y las desapariciones forzadas ocurridas en la Guatemala de los años 70 y 80 ó los crímenes cometidos por el régimen franquista en la España de la Guerra Civil y la postguerra – por poner dos ejemplos paradigmáticos - han dejado huella indeleble en las sociedades, además de cientos de miles de damnificados. Los familiares (y se supone, el resto de la sociedad) tienen el derecho y la obligación moral de reivindicar su memoria y apelar a la justicia.
Igualmente, son temas recurrentes de debate - se quiera o no - pese a los silencios aplicados por ciertos sectores de poder. Las fuerzas que defienden el olvido se amparan en lo que el Presidente de la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH) de Guatemala describió como “la pasividad de los que desde el poder contemporizan con los actores del infame pasado y niegan a las víctimas la justicia a la que tienen derecho” (Balsells Tojo, 2001: 13). La inquietud y la reivindicación están ahí y van a seguir estando porque es un proceso social defendido con alma y corazón.
En segundo lugar, tampoco es adecuado proponer pasar página, tal cual. Como decía alguien en conversación informal, ¿a quién se le ocurre pasar una página sin antes haberla leído? Un futuro que valga la pena no puede nunca construirse sobre las arenas movedizas de las lagunas de la memoria y el conocimiento, de la falta de verdad, el ocultamiento y los saberes prohibidos. Todas ellas son características más propias de un régimen autoritario o de una democracia de atrezzo, donde el oscurantismo y las imposiciones siempre predominan sobre la transparencia y el diálogo.
Si se aborda en término de heridas, lo que se necesita es tratamiento, no desprecio. En este sentido, los procesos de recuperación de la memoria tienen un fin muy claro: « afrontar el pasado de manera decidida, asumiendo que quizá se reabre una herida, pero que ésa será la única manera de desinfectarla y cerrarla de modo definitivo, aunque quede cicatriz » (Armengou, 2006: 250). En palabras de un joven urbano de Guatemala: “A corto plazo generaría resentimiento; a largo plazo se reconoce y desaparece”. (ECAP, 2009)
IV. La memoria del pasado: cuestión del futuro
Los temas alrededor de la memoria histórica tienen más relación con el futuro que con el pasado. Las interpretaciones que hacemos de la historia y del presente siempre están mediatizadas por nuestros intereses, creencias, experiencias, percepciones y posicionamientos, más o menos evidentes. Indagamos el pasado desde el presente pero con la vista proyectada hacia el futuro.
Sin memoria no hay identidad. Sin identidad colectiva no hay sociedad. No es la suma de individuos la que forma una sociedad, sino el deseo de colaborar y tener una vida comunitaria lo más plena posible. El olvido selectivo nos aboca a la senda de la desmemoria, camino de una identidad artificial sobre referentes históricos “seleccionados” en función de determinados intereses particulares.
Olvidar tiene otras implicaciones de cara al porvenir. Algunas de ellas, sólo perceptibles a medio plazo. Se empieza a observar, por ejemplo, en la apatía democrática que se extiende entre una juventud que conoce poco del pasado y de las implicaciones de vivir bajo regímenes autoritarios. Si se olvidan o no se conocen los referentes que permiten imaginar –al que no lo ha vivido- lo que es la persecución, el miedo, la sordidez o la práctica sistemática del abuso, cometidos por toda dictadura, semejantes regímenes aparecen como menos indeseables y son valorados como opciones “legítimas”, sobre todo en contextos con altos niveles de violencia, inseguridad ciudadana, precariedad laboral y gran incertidumbre hacia el futuro.
Edelberto Torres nos dice que “la democracia no se fortalece enterrando la verdad u olvidándola compulsivamente” (Torres-Rivas, 2000:24). Tiene razón. Sería más bien el olvido el que terminaría por enterrar la democracia.
No digamos si lo que se pasa por alto es la impunidad de los actos cometidos por agentes del Estado. Si la razón para no aplicar la justicia es ser responsable de crímenes masivos cometidos hace tiempo, el mensaje que automáticamente se genera es que cuanto más mates y más tiempo transcurra, menos riesgos habrá de rendir cuentas. ¿Es ese el mensaje que la sociedad está dispuesta a aceptar y transmitir de generación en generación?
Se trata de elegir. Decía Ortega y Gasset que el ser humano se pasa la vida eligiendo y tomando decisiones de todo tipo que son las que a fin de cuentas conforman su vida y la de los demás. Una bifurcación más que se nos presenta delante: un porvenir donde la justicia sea el marco por el que se mida a todos por igual o un futuro en el que las puertas de la impunidad siempre estén abiertas para los privilegiados de turno. Un sencillo campesino de Chimaltenango, de 73 años de edad, lo expresó así: “si no hay justicia quiere decir que no valemos nada”. (ECAP, 2009)
Una vieja máxima del pensamiento popular ruso dice “nada se olvida; nadie es olvidado”. Tal vez, algún día dejemos de tener miedo al pasado y a los espejos. Será cuando mirarnos implique asumir nuestra historia y estar dispuestos a mirar al futuro con la misma honestidad con la que abordemos nuestro pasado.
Notes
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(1) : Reyes Mate, “Políticas de la memoria”. El País, 13 de noviembre de 2002.
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(2) : Basta imaginar la burocracia y el personal necesario para construir, administrar y nutrir los campos de exterminio de la Alemania nazi y de regímenes similares.
Fuentes de referencia
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Armengou, Montse.; Belis, Ricard (2006), Las fosas del silencio. Barcelona, Debolsillo.
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Balsells Tojo, Edgar A. (2001), Olvido o memoria. El dilema de la sociedad guatemalteca. Guatemala, F&G Editores.
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Equipo Comunitario de Acción Psicosocial (2009), Exhumaciones, Verdad, Reparación y Justicia en Guatemala. Estudio sociológico de opinión”. Guatemala, ECAP.
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Pedreño, José. M. “(2004), ¿Qué es la memoria histórica?” En: revistapueblos.org.
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Rosa Rivero, Alberto et al. (eds.) (2000), Memoria colectiva e identidad nacional. Madrid, Editorial Biblioteca Nueva.
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Taracena, Arturo (2005), “Historia, memoria, olvido: el caso del conflicto armado en Guatemala”. En: Varios autores, Memoria e historia. Seminario internacional en homenaje a Myrna Mack. Avancso, Guatemala, septiembre 2005.
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Torres-Rivas, Edelberto (2000), “La metáfora de una sociedad que se castiga a sí misma. Acerca del conflicto armado y sus consecuencias”. Prólogo al libro: Guatemala, Causas y Orígenes del Enfrentamiento Armado Interno. Guatemala, Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH), F&G Editores.
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Varios autores (2005), Memoria e historia. Seminario Internacional en homenaje a Myrna Mack. Guatemala, Avancso, septiembre 2005.